martes, 22 de diciembre de 2009

EL NIÑO Y LA MUERTE

INTRODUCCIÓN

La mayoría de los niños debe enfrentarse, en algún momento de la infancia, con la muerte de una persona cercana.

Para poder sostener del mejor modo posible a un niño en esta situación, resulta importante conocer la idea que este se hace de la muerte. Tal noción puede variar, según el bagaje de experiencia y momento evolutivo del niño en cuestión. En general, los niños de menos de menos de cinco años tienen una concepción de la muerte bastante rudimentaria. La describen como un sueño largo, un viaje u otra manera de vivir.

Para ellos es un fenómeno pasajero y reversible. Sus juegos de hecho, traducen este concepto. El soldadito que ha muerto por un disparo "revive" súbitamente, en perfecto estado de salud, o la muñeca "muerta"es tocada por una varita mágica que la hace renacer, para dar algunos ejemplos.

A partir de los cinco años, la percepción de la muerte en los niños se torna más "realista". Ellos comienzan a comprender que la muerte implica un cambio fundamental. Sin embargo, es solo hacia los diez años que el niño comprende verdaderamente que se trata de un hecho irreversible y universal.

¿CÓMO EXPRESA UN NIÑO SU ESTADO DE DUELO?

Los niños en duelo pueden exteriorizar su pesar a través del llanto y la tristeza; pero su pena también puede manifestarse a través de la cólera, la ansiedad o la inquietud. Algunos podrán negar el acontecimiento con todas sus fuerzas, haciendo como si nada hubiese sucedido. Otros podrán manifestar una marcada agresividad hacia el difunto que "los abandonó". Lo importante es estar alerta respecto de lo que le va sucediendo, alentándolo a expresar sus sentimientos. En este sentido, no es aconsejable exigirle que sea "razonable", conduciéndose como un "grande".

¿QUÉ DEBE HACER EL ADULTO?

Debe hablar de la muerte. Con la idea de "proteger" al niño, ante la penosa realidad de la muerte de un ser cercano, se tiende a menudo a evitar hablar de la muerte en su presencia, esquivándose, también sus preguntas. Esta actitud no es conveniente y muchas veces, lo que los niños imaginan ante el tema silenciado es mucho peor que la verdad que se intenta disimular.
Ellos no esperan grandes discursos, sino respuestas simples y honestas. Y, en todo caso, lo más importante es tranquilizarlos, explicándoles que el cuerpo no sufre más, luego de la muerte.

Con frecuencia, lo que más ayuda al niño en tal situación de la vida es reencontrar el ritmo cotidiano de sus actividades: el jardín de infantes o colegio, sus amigos, sus juegos familiares, las personas que quiere. También es importante garantizarle el máximo de estabilidad posible. En ese sentido, no es un buen momento, por ejemplo, para cambiarlo de colegio o para imponerle nuevas exigencias.

Se le puede hacer saber que su pena se atenuará con el paso del tiempo y que si bien ya no cuenta con la presencia de la persona querida puede guardar su recuerdo. Y sobre todo, es con el afecto, el acompañamiento y el sostén al niño que éste podrá sobreponerse del mejor modo posible a esta dolorosa situación.

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